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El derecho a la felicidad.

Creo que el propósito fundamental de nuestra vida es bus­car la felicidad. Tanto si se tienen creencias religiosas como si no, si se cree en talo cual religión, todos buscamos algo mejor en la vida. Así pues, creo que el movimiento primordial de nuestra vida nos encamina en pos de la felicidad.


Con estas palabras, pronunciadas ante numeroso público en Arizona, el Dalai Lama abordó el núcleo de su mensaje. Pero la afirma­ción de que el propósito de la vida es la felicidad me planteó una cuestión. Más tarde, cuando nos hallábamos a solas, le pregunté:

Es usted feliz.

Sí me contestó y, tras una pausa, añadió: sí..., definitiva­mente. Había sinceridad en su voz, de eso no cabía duda, una sinceridad que se reflejaba en su expresión y en sus ojos. -pero ¿es la felicidad un objetivo razonable para la mayoría de nosotros? -pregunté-. ¿Es realmente posible alcanzarla? -sí. Estoy convencido de que se puede alcanzar la felicidad me­diante el entrenamiento de la mente. Desde un nivel humano básico, he considerado la felicidad como un objetivo alcanzable, pero como psiquiatra me he sentido obligado por observaciones como la de Freud: «uno se siente inclinado a pensar que la pretensión de que el hombre sea "feliz" no está incluida en el plan de la “creación”. Este tipo de formación había lleva­do a muchos psiquiatras a la tremenda conclusión de que lo máximo que cabía esperar era la transformación de la desdicha histérica en la infelicidad común.

Desde ese punto de vista la afirmación de que existía un camino claramente definido que conducía a la felicidad parecía bastante radical. Al contemplar retrospectivamente mis años de formación psiquiátrica, apenas recordaba haber escuchado mencionar la palabra felicidad, ni siquiera como objetivo terapéutico. Naturalmente, se habla mucho de aliviar los síntomas de depresión o ansiedad del paciente, de resolver los conflictos internos o los pro­blemas de relación, pero nunca con el objetivo expreso de alcanzar la felicidad.

El concepto de felicidad, siempre ha parecido estar mal definido en occidente, siempre ha sido elusivo e inasible. (Feliz), en inglés, deri­va de la palabra islandesa happ, que significa suerte o azar. Al parecer, este punto de vista sobre la naturaleza misteriosa de la felicidad está muy extendido., en los momentos de alegría que trae la vida, la felici­dad parece llovida del cielo. Para mi mente occidental, no se trataba de algo que se pueda desarrollar y mantener dedicándose simple­mente a «formar la mente.

Al plantear esta objeción, el Dalai Lama se apresuró a explicar: -al decir «entrenamiento de la mente» en este contexto no me estoy refiriendo a la «mente» simplemente como una capacidad cog­nitiva o intelecto. Utilizo el término más bien en el sentido de la pala­bra tibetana sem, que tiene un significado mucho más amplio más cercano al de «psique» o «espíritu», y que incluye intelecto y sentimiento, corazón y cerebro. Al imponer una cierta disciplina interna podemos experimentar una transformación de nuestra actitud de toda nuestra perspectiva y nuestro enfoque de la vida.

Hablar de esta disciplina interna supone señalar muchos factores y quizá también tengamos que referirnos a muchos métodos. Pero, en términos generales, uno empieza por identificar aquellos factores que conducen a la felicidad y los que conducen al sufrimiento. Una vez hecho eso, es necesario eliminar gradualmente los factores que lle­van al sufrimiento mediante el cultivo de los que llevan a la felicidad. Ése es el camino.
El Dalai Lama afirma haber alcanzado un cierto grado de felicidad personal. Durante la semana que pasó en Arizona observé que la felicidad personal se manifiesta en él como una sencilla voluntad de abrirse a los demás, de crear un clima de afinidad y buena voluntad, incluso en los encuentros de breve duración.

El camino hacia la felicidad.

El hecho de señalar el estado mental como el factor fundamental para alcanzar la felicidad no significa negar que debemos satisfacer nuestras necesidades físicas básicas de alimentación, vestidlo y cobijo. Pero, una vez satisfechas esas necesidades, el mensaje es claro: no ne­cesitamos más dinero, ni más éxito o fama, no necesitamos tener un cuerpo perfecto ni una pareja perfecta... en este momento tenemos ya una mente con todo lo imprescindible para alcanzar la completa felicidad.

Así pues, el primer paso en la búsqueda de la felicidad es apren­der. Primero tenemos que aprender cómo las emociones y los com­portamientos negativos son nocivos y cómo son útiles las emociones positivas. Tenemos que darnos cuenta de que dichas emociones no sólo son malas para cada uno de nosotros, personalmente, sino tam­bién para la sociedad y el futuro del mundo. Saberlo fortalece nuestra determinación de afrontarlas y superarlas. Por otra parte, debemos ser conscientes de los efectos beneficiosos de las emociones y compor­tamientos positivos; ello nos llevará a cultivar, desarrollar y aumen­tar esas emociones, por difícil que sea: tenemos una fuerza interior espontánea. A través de este proceso de aprendizaje, del análisis de pensamientos y emociones, desarrollamos gradualmente la firme de­terminación de cambiar, con la certidumbre de que tenemos en nues­tras manos el secreto de nuestra felicidad, de nuestro futuro, y de que no debemos desperdiciarlo.

En el budismo se acepta el principio de causalidad como una ley natural. Al tratar con la realidad, hay que tener en cuenta esa ley. Así, por ejemplo, en el campo de las experiencias cotidianas, si se produ­cen ciertos acontecimientos indeseables, el mejor método para ase­gurarse de que no vuelvan a ocurrir es procurar que no se repitan las condiciones que los producen. De modo similar, si quieres tener una experiencia determinada, lo más lógico es buscar y acumular aque­llas causas y condiciones que la favorecen.

Sucede lo mismo con los estados y las experiencias mentales. Si se desea la felicidad, se deberían buscar las causas que en otras oca­siones la han producido, y si no se desea el sufrimiento, debería pro­curarse que no vuelvan a presentarse las causas y condiciones que dieron lugar al mismo. Es muy importante aprender a apreciar este principio.

Hemos hablado de la importancia suprema del factor mental para alcanzar la felicidad. Nuestra siguiente tarea, por tanto, consiste en examinar la variedad de estados mentales que experimentamos. Ne­cesitamos identificarlos con claridad y clasificarlos en función de que nos conduzcan o no a la felicidad.

En cualquier caso, creo que cultivar los estados mentales positivos, como la amabilidad y la compasión, conduce decididamente a una mejor salud psicológica y a la felicidad.

Disciplina mental.

Mientras él hablaba, encontré algo muy atractivo en su enfoque para alcanzar la felicidad. Era absolutamente práctico y racional: ha­bía que identificar y cultivar los estados mentales positivos, así como identificar y eliminar los estados mentales negativos. Aunque inicial­mente me pareció un tanto seca esta sugerencia de analizar sistemáti­camente la variedad de estados mentales que experimentamos des­pués, me dejé arrastrar por la fuerza lógica de su razonamiento. Me gustó el hecho de que, en lugar de clasificar estados mentales, emociones o deseos con arreglo a juicios morales externos como La avaricia. es un pecado, o El odio es maligno, clasificara las emociones simplemente sobre la base de si conducen o no a la felicidad última.

A medida que pasa el tiempo, se van acumulando los cambios positivos. Cada día, al levantarte, puedes desarrollar una sincera mo­tivación positiva al pensar: "Utilizaré este día de una forma más po­sitiva. No desperdiciaré este día". Luego, por la noche, antes de acos­tarte, analiza lo que has hecho y pregúntate: "¿Utilicé este día como lo tenía previsto?". Si todo se desarrolló tal como lo habías pensado, deberías alegrarte por ello. Si alguna cosa salió mal, lamenta lo que hiciste y examínalo críticamente. Gracias a métodos como éste, pue­des ir fortaleciendo los aspectos positivos de la mente.

Disciplina ética.

En un análisis posterior relacionado con el entrenamiento de la mente para la felicidad, el Dalai Lama señaló:

Creo que el comportamiento ético es otra característica de la cla­se de disciplina interna que conduce a una existencia más feliz. A eso podríamos llamarlo disciplina ética.
Al hablar de disciplina, me estoy refiriendo a autodisciplina, no a la que se nos impone externamente. También me refiero a la disci­plina aplicada para superar los rasgos negativos. Una banda criminal puede necesitar disciplina para cometer un atraco con éxito, pero esa disciplina es inútil.

Pero lo que me preocupa es su definición de comportamiento ne­gativo que conduce al sufrimiento. Y su premisa de que todos los se­res desean, naturalmente, evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad, que ese deseo es innato y no tiene que ser aprendido. sí es natural que deseemos evitar el sufrimien­to, ¿por qué no sentimos espontánea y naturalmente más repulsión hacia los comportamientos negativos a medida que nos hacemos ma­yores? Y si es natural el deseo de alcanzar la felicidad, ¿por qué no nos sentimos espontánea y naturalmente atraídos hacia los comporta­mientos sanos y llegamos así a ser más felices a medida que progresa nuestra vida? Si estos comportamientos sanos conducen a la felicidad y lo que deseamos es alcanzarla, ¿no debería ser ése un proceso natu­ral? ¿Por qué necesitamos tanta educación, entrenamiento y discipli­na para que se produzca?